Crecimiento y protección: dos formas de afrontar la vida
Los seres vivos somos sistemas abiertos, capaces de mantener una estabilidad energética y estructural gracias a la comunicación e intercambio con el medio, absorbiendo energía del entorno y autorregulándose continuamente. Cuando los procesos vitales de auto reparación y crecimiento funcionan, se genera bienestar, satisfacción. Si no estamos en peligro los seres vivos permanecemos en modo crecimiento, si aparece un peligro, pasamos al modo autoprotección. Como afirma el doctor en biología celular estadounidense Bruce H. Lipton:
“Existen dos mecanismos de supervivencia: el crecimiento y la protección, y ambos no pueden operar al mismo tiempo. La química que provoca la alegría y el amor hace que nuestras células crezcan, y la química que provoca el miedo hace que las células mueran.”
En los vertebrados ambos modos se activan por dos ramas del Sistema Nervioso Autónomo, el Parasimpático y Simpático. En estado de reposo, en una actividad relajada o al dormir se disminuye la actividad simpática y aumenta la parasimpática. El Parasimpático es un sistema anabólico, está dirigido a la preservación, acumulación y almacenamiento de las energías corporales. El Simpático es catabólico, consume energía, es oxidativo, implica desgaste. Ambos sistemas son antagónicos; cuando uno se conecta el otro se desconecta. Por tanto, o estamos en modo crecimiento o en modo protección.
Desde la célula al individuo la supervivencia óptima depende de regular la alternancia entre ambos modos para que el desgaste no supere a la recuperación y así poder crecer y expresar la potencialidad genética.
El estrés no es el problema, sino cómo lo afrontamos
El estrés es un proceso fisicoquímico o emocional inductor de una tensión, que favorece la liberación de: a) las citocinas proinflamatorias, b) la hormona liberadora de corticotropina (CRH) y c) el cortisol, así como de un amplio grupo de neurotransmisores que inducen, en su conjunto, la aparición de las alteraciones conductuales. Para más información sobre el estrés, puede consultar estas otras entradas en el blog: “Estrés desde una óptica evolutiva” y “Estrés y neurotransmisores“.
Puesto que constituye un mecanismo de adaptación psicológica y orgánica a cambios del ambiente interno y externo, el estrés es común a todos los seres vivos, y estamos preparados para él mientras no se haga continuo o sobrepase la capacidad adaptativa, ya que permite adaptarse a nuevas condiciones, y fortalecerse con ellas.
¿Es el estrés un enemigo? Por supuesto que no. El modo protección es necesario en determinadas circunstancias, más miedo que confianza puede salvarnos la vida en ocasiones. El problema es establecernos en él como forma de vida. En esta sociedad la norma es tener el simpático hiperexcitado y el parasimpático inhibido. Asociamos acción con tensión y lucha, control con rigidez. Consumimos noticias desasosegantes y alimentamos pensamientos limitantes sobre nuestras capacidades. Cuando una situación nos desborda intentamos arreglarla añadiéndonos presión. Hasta para intentar calmarnos o motivarnos lo hacemos con dureza: ¡Tienes que calmarte ya! ¡Aprueba de una vez, inútil! Pretendemos apagar el fuego con gasolina. Así la tendencia a reaccionar con tensión o miedo se va entrenando a base de repetirse. Paradójicamente, la gran mayoría de las circunstancias se afrontarían con más eficacia y disfrute actuando desde el parasimpático.
¡Algo va mal! Factores estresantes
Puede haber elementos desencadenantes de las respuestas de protección tanto a nivel físico (traumatismos, cirugía, quemaduras, infección, toxemia), metabólico (hemorragias, deshidratación, hipoglucemia), farmacológico (efectos secundarios de medicamentos, anfetaminas) como psicológico. Incluyen factores externos (un coche abalanzándose sobre nosotros velozmente, un alimento en mal estado, una situación de abuso prolongado) o internos (un pensamiento atemorizante).
¿Qué factores estresantes puede haber a nivel psicológico?
- La multitud de estímulos presentes. Ruidos repentinos, cambios bruscos de luz o la barahúnda del tráfico en hora punta.
- Dificultades económicas, “lucha por la supervivencia”.
- Padecer una enfermedad o el cuidado de una persona enferma.
- Cambios vitales importantes. Estos cambios pueden ser positivos, como estrenar una nueva casa, o pueden ser negativos, como un divorcio o la pérdida de un ser querido.
- Esfera relacional. Conflictos familiares, carencias afectivas, conocer nuevas personas.
- Iniciar proyectos nuevos, viajes. Decisiones.
- Eventos imprevistos. Noticias inesperadas.
- Carga excesiva de trabajo, nuevas demandas, competición, conflictos con compañeros/as, tener que responder a altas expectativas, situaciones de acoso laboral.
- Sucesos traumáticos. Accidentes, maltrato, desastres naturales.
- No todo el estrés se origina a partir de eventos externos. Gran parte de la respuesta de estrés es autoinducida. Los humanos tenemos la capacidad de imaginar y el SN Simpático reacciona ante lo que imaginamos con la misma intensidad que si se tratara de peligros externos. Entre estos factores internos encontraríamos creencias (opiniones, actitudes, expectativas) y pensamientos temibles (imaginamos el ridículo que vamos a hacer en una reunión social, el fracaso en un examen, el peligro de infectarse por alguna enfermedad o la inseguridad ciudadana).
¿Cómo afronto la situación? Asimilación y respuesta
Para algunas personas una tarde en un gran centro comercial puede ser una invitación al infierno mientras para otras es un plan muy atractivo. Estas seguramente terminarán cansadas, aunque relajadas, y las primeras agotadas y tensas. Conocer gente nueva o volar en avión pueden ser vividos como experiencias placenteras o desasosegantes. Lo que es temible para unos puede ser percibido por otros como un desafío, como algo estimulante.
La modulación de la respuesta simpática depende de cómo se percibe la amenaza. La respuesta de estrés aparece ante circunstancias interpretadas como alarmantes.
Hay dos elementos claves en esta percepción e interpretación de lo que sucede dentro y fuera de nosotros, uno cognitivo, otro relacionado con la consciencia.
El cognitivo se refiere a nuestra capacidad de evaluar la situación, construir una explicación que proporcione control, que dé sentido y opciones de afrontamiento. Nuestras reacciones emocionales son la respuesta celular ante la información de alarma o confianza que reciben. El pensamiento no es la realidad, pero la crea para nosotros, así que debemos aprender a diseñar nuestros patrones de creencias. Esto debiera incluir también a los patrones inconscientes que están detrás de nuestras reacciones automáticas. Diversas escuelas han diseñado herramientas para cambiar los patrones tanto conscientes como automáticos, como la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC) de Albert Ellis, la Programación Neurolingüística de Bandler y Grinder o el PSYCH-K de Robert M. Williams.
Al otro elemento clave, la consciencia, no se le ha concedido la importancia que merece, a pesar de que consciencia y atención son parte fundamental de nuestras percepciones y respuestas emocionales, psicológicas y comportamentales. Conciencia equivale a “darse cuenta”, también a conciencia de sí mismo, se habla de niveles, de estados de conciencia. En nuestro modelo del ser humano, cuerpo físico, emociones, pensamiento y consciencia forman un todo integrado en el que cada nivel influye en los demás. La conciencia interrelaciona y permite organizar los niveles psico-físico-emocionales. Es clave en muchos procesos, desde la capacidad de aprendizaje a la gestión emocional o para activar la capacidad de autosanación (efecto placebo). Entre los beneficios encontrados en estudios experimentales de la práctica de técnicas de consciencia como la meditación o la atención plena están, entre muchos otros, la mejora de la capacidad de concentración, de aprendizaje, reducir el estrés o el riesgo de depresión, favorecer el uso de estrategias de regulación emocional, aumentar la capacidad de empatía, mejorar el sistema inmunitario y cardiovascular, reducir la inflamación y disminuir dolores crónicos.
Conciencia Plena, abarcando la experiencia
Ya desde tiempo inmemorial se ha puesto énfasis en la práctica con la atención y la desidentificación con lo observado como herramienta básica para encontrar el bienestar y disponer de nuestras mejores capacidades para afrontar las circunstancias. Tomar conciencia de lo que está sucediendo detiene el automatismo emocional, cognitivo y comportamental de forma que permite cambiar la interpretación y encontrar la respuesta más adecuada. Y también conectar con patrones automáticos de respuesta eficaces (los momentos de inspiración en que sale lo mejor de nosotros). Esa toma de conciencia sucede al pasar del automatismo en el pensamiento y acción al observatorio: la atención o conciencia plena, ser conscientes de lo que sucede en el presente, sin interpretar ni reaccionar en automático ante lo que experimentamos, “simplemente darse cuenta”, sin interpretar o tergiversar ni identificarse y ser arrastrados por lo que experimentamos. En otras palabras, atender a todos los estímulos presentes, internos y externos, sin juzgarlos, aferrarse o rechazarlos. Jon Kabat-Zinn (1990) definió el Mindfulness (Conciencia Plena) como “El darse cuenta que surge al prestar atención a propósito en el momento presente, sin juzgar”
Cuando se activa el Simpático la consciencia se estrecha, enfocándose en lo que nos inquieta o atrae, magnificando lo enfocado. Si esta concentración es sobre un objeto desasosegante (como un pensamiento) se intensifica la alarma. Al ampliar el foco, abarcando todas las sensaciones presentes, incluyendo el estímulo doloroso (pero sin concentrarnos en él), disminuye su intensidad y se hace digerible. El parasimpático se activa, superando la confianza al miedo y la capacidad de actuación a la confusión. Expandiendo la percepción se tiene más información, más recursos y capacidad de dimensionar la situación. Al ampliar nuestra conciencia de lo presente abarcamos las circunstancias y nos sentimos más capaces de manejarlas, logrando salir del modo protección.
Así como aprendemos a desarrollar habilidades motoras o cognitivas hay muchas habilidades de consciencia por despertar. Eso venía a decirle Yoda el Jedi a su aprendiz Luke Skywalker:
“El tamaño no importa. Mírame a mí. Me juzgas por mi tamaño, y no deberías, porque mi aliada es la Fuerza, y una poderosa aliada es… La vida la crea, la hace crecer, nos penetra y nos rodea… ¡Seres luminosos somos! ¡No esta materia bruta!”